Por última vez...© Lena Valenti

POR ÚLTIMA VEZ (Relato sobre los malos tratos editado en el especial de RománTica' s)

Lena Valenti nos dice esto sobre este relato:

Como mujer y como persona, estoy en contra de cualquier tipo de abuso de poder, sea verbal o físico. Cuando me ofrecieron participar en el especial de Relatos contra los Malos Tratos de Romántica' s no lo pensé dos veces (Gracias a Arlette y Loli por contar conmigo).
La violencia reiterada es el único recurso del hombre cobarde e incompetente.
Que nadie os abofetee la vida. Y si lo hacen, una y no más.




Por última vez. © Lena Valenti para RomanTica’s




Hace tanto frío esta noche… Tengo los nudillos blancos por la fuerza con la que agarro el volante de mi coche, esa calabaza que, según él, sólo los ratones podrían cargar. Pero no hoy. Esta noche se va a convertir en mi carroza de cristal.

Está lloviendo. El cielo llora, igual que llora mi corazón. ¿Cómo puede ser? Pensaba que ya no me quedaba llanto, pensaba que todas mis lágrimas se habían secado. Pero, sorprendida, me doy cuenta que todavía me quedan fuerzas para quejarme.
Miro mi rostro en el retrovisor y ni siquiera me reconozco. Tengo el ojo derecho completamente morado, el labio inferior partido y el pómulo hinchado. Mi pelo ya no luce como antes, y mi mirada está perdida. Pero nada de eso me duele tanto como el cardenal más importante, y no lo tengo en mi cuerpo, no es una marca en mi piel. Lo tengo a mi lado y respira suavemente. Mi pequeño ángel. Mi pequeña y dulce estrella que ha tenido que ver como su mamá dejaba de ser ella misma. Maldita sea, cuánto dolor…
Mi dolor. El dolor de mi hija Marian.
Una furgoneta blanca con las luces largas me deja parcialmente cegada. Agito la cabeza y lo insulto por dentro.
Antes, era capaz de alzar la voz. Ahora ya no. Antes, podía gritar cuando algo me molestaba, sabía defenderme y me creía con el derecho de poder hacerlo… Ahora… Me seco una lágrima que se desliza por mi mejilla. Ahora creo que ya no sé nada.
El maltratador me cegó como lo ha hecho las luces largas de esa furgoneta.
No sé cómo empezó, me cuesta ordenar mis ideas. Será porque todavía me duele el golpe que me he dado contra el suelo y tengo una fuerte migraña ocular.
Sí. Él fue como una luz. Una luz de corta duración.
Al principio te agasajan y te hacen creer que eres hermosa. Yo no me creía hermosa, ¿sabéis? Creo que tanto anuncio por las revistas y la televisión en los que te decían cómo ser adecuada y correcta a ojos de los demás me llegaron a trastornar un poco. Comía como un pajarillo para estar delgada según indicaban los cánones sociales; Me llenaba la cara de potingues y cremas que te dejaban un cutis perfecto, (como si el mío no lo fuera aún teniendo imperfecciones); me teñía el pelo, como si mi negro no fuera hermoso; Me esforzaba en parecer lo que no era, aunque yo me creía que sí; y sufría. Sufría con las tallas 38, los tacones de cinco centímetros y las dietas hipocalóricas…
Pero, un día, esos esfuerzos dieron resultado: Conocí al maltratador. Y pensé que ese demonio disfrazado de hombre educado era, en realidad, el príncipe de mis sueños.
Burda mentira. Violencia y abuso vestidos de hipocresía y falsas fachadas. Y caí. Encandilada y engañada como estaba, me casé con él. Me casé porque me aseguró que le gustaba lo que veía en mí, y como yo no me gustaba lo suficiente, pensé que estaba bien que a él le gustara por los dos.
Le gustaba tanto que quería ser el único que pudiese disfrutar de ello.
Ahí llegó la primera bofetada sutil. Me dijo que mis manos finas no estaban hechas para el trabajo arduo, así que dejé de trabajar para atender la casa y sus necesidades. Y le creí, me convencí de que yo debía estar allí.
Luego vinieron las quejas sobre mi aspecto. No tenía por qué arreglarme tanto si iba a estar en casa. Dejó de gustarle mi pelo (que no era el mío), mi cara (la maquillada y la natural); mis manos con manicura, mi ropa, mis perfumes…, mi voz. Yo me esforzaba por agradar, pero a él ya no le agradaba nada.
Y entre tanta confusión y tantas palabras duras que me dirigía mi ma… Tengo que darme un empujón mental para no llamarlo nunca más “marido”. Mi maltratador, ahora sí. Entre tantas palabras duras que me dirigía mi maltratador, llegó mi regalo del cielo. Mi razón para vivir y seguir adelante. Una niña que me recordaba lo que yo había sido alguna vez.
Marian se convirtió en mi clavo ardiendo, y me siento tan culpable por ello… Ella no se merecía vivir algo así. Pero su mamá era cobarde, o me convencieron de que era mejor serlo, y nunca tomó la decisión correcta. Ahora, cuando la miro, soy yo la que se da de bofetadas por no haber buscado ayuda antes.
Ella sigue dormida, pero sé que está en estado de shock.
El maltratador jamás puso una mano encima a Marian. Yo siempre estaba en medio, deteniendo el golpe. A ella no le rozó nunca un cinturón, o nunca le impactó un puño o una toalla húmeda… Pero sí que le llegó algún insulto.
Golpeo el volante con el puño y siento que me voy a derrumbar, pero no puedo hacerlo, estoy muy cerca ya. Estoy llegando.
Nada me da más rabia que saber que Marian se pueda creer algo de lo que su padre le decía. Ella no es una niña tonta, ni una estúpida que no sirve para nada, ni otra boca más que alimentar… Ella es mi motor, y la verdadera heroína de todo esto.
Os preguntaréis: ¿y por qué estás en un coche a las doce de la noche en una carretera solitaria y con tu hija de cinco años de copiloto? Bien, algo pasó hace tres días.
Él vino a casa con su traje impoluto de la oficina y el pelo engominado. Sabía que no había ninguna razón para que él empezara a repartir castigo, pero también sabía que, si algo le había ido mal en el trabajo, con razón o sin ella, se iba a desahogar con nosotras. Cuando se dirigió a mí con aquella mirada azul de príncipe de las tinieblas (tan guapo, tan malo) y empezó a golpearme, le pedí a Marian que corriera a la habitación y se encerrara. No podía soportar que mi pequeña viera otro episodio violento en el que su padre doblegara a su madre de ese modo. Pero Marian no obedeció.
La niña empezó a chillar cuando su padre me tiró al suelo para abalanzarse sobre mí con los puños cerrados. Mi ángel gritaba y le pedía a su padre que parara. Una niña de cinco años… Esa niña se plantó ante él y se encaró al maltratador. ¿Cómo era posible que la niña defendiera a la mujer?
El maltratador la empujó y Marian quedó en el suelo hecha un ovillo, pero intentaba por todos los medios acercarse a mí y protegerme. Y en ese momento, algo se rompió en mi interior como un maldito fuerte incontenible.
Marian era todo lo que yo no era. Marian se quejaba por lo que yo ya ni me podía ni sabía detener. Ella era yo con cinco años. Cuando me sentía pura y digna, y nada de mí me disgustaba.
Aquella noche, me limpié las heridas que dejaron sus caricias y me miré al espejo de verdad. Hoy mi rostro sigue igual que entonces, pero yo no soy la misma. Me rapé el pelo para que saliera mi color original. Soy morena. Me vestí como yo más cómoda me sintiera. Me rebelé. Era un desafío en toda regla. Era un ritual de guerrero, de los antiguos. Mi nuevo aspecto sería mi escudo y también mi fuerza.
Así que, hace unas horas preparé las maletas y decidí irme de ese infierno. Me ha costado mucho tomar esta decisión. No me creía capaz de hacerlo. Tenía miedo. Miedo de que él me encontrara, miedo de estar toda mi vida huyendo, miedo de que sus tentáculos siguieran rodeándome y acabaran por asfixiarme… Mi casa, que debía de ser mi hogar, era un maldito sumidero de penas y maltrato. Y la verdad es que ya llevo toda mi vida huyendo, huyendo de mí misma. Ya es suficiente.
Pero él llegó a casa antes de lo previsto… Y…
Clavo mis ojos negros en el retrovisor y mi cuerpo se estremece.
Llevaba dos días muy disgustado con mi cambio. Él dice que no valgo nada y que si antes era fea, ahora lo soy todavía más. Pero cuando ha visto que me largaba de la casa, y que tenía las maletas preparadas y a Marian lista para huir de allí, se ha vuelto loco… Me ha dicho: “Eres mía. Y si te vas, te mato”.
He luchado. He luchado hasta las últimas consecuencias. ¿Habrá alguien orgulloso de mí?
Estoy llegando a la casa de acogida. Parece un lugar tranquilo y acogedor. Dicen que ahí ayudan a las mujeres como yo. Mujeres rotas y quebradas a manos de alguien que se creen más fuertes y poderosos que ellas.
Aparco y agarro a Marian en brazos. Está tan dormidita y huele tan bien… A niño pequeño. A inocencia. Algo que jamás debería corromperse.
Una mujer con aspecto de yayita adorable abre la puerta y me mira con ojos asustados cuando me ve. Soy alta, así que tiene que levantar un poco la cabeza para mirarme a la cara. Sí, señora —pienso—. Necesito tanta ayuda como usted pueda ofrecerme. Abrazo a mi hija con más fuerza, ella me da valor para no bajar la mirada. Los ojos marrones de la mujer se llenan de lágrimas, y los míos también. No sé por qué, ni siquiera la conozco, pero una extraña empatía nace entre nosotras y el maldito dolor se hace insoportable. Me abre las puertas de su casa, puede que ahora también sea de Marian y mía, y como puedo, le cuento todo lo sucedido.
Sé que estoy hecha un harapo. Tengo los tejanos y la camiseta blanca manchada de sangre.
Mi sangre. La de él.
Lo único que recuerdo es que el maltratador y yo terminamos en la cocina, y no sé cómo, cuando intentó alcanzarnos a mi hija y a mí, un cuchillo acabó en su estómago. Yo lo sujetaba. Instinto de supervivencia, dicen.
Sé que soy una mujer maltratada. Todavía mi cabeza debate entre si me lo merecía o no, entre si debía haber hecho algo mejor para que él no me pegara, o en si todo ha sido por mi culpa.
Y no sé si él está muerto. Lo dejé en la cocina, arrodillado ante mí por primera vez, con las manos en el estómago y su camisa blanca ejecutiva con un topo rojo que poco a poco se iba haciendo más grande. Arrodillado ante mí, así estaba.
La mujer llama a la policía, y me dice que me tranquilice, que ahora estamos las dos a salvo, que ha sido en defensa propia... Teníamos a Marian como testigo ocular de los hechos. Qué vergüenza, mi pequeña y dulce Marian…
Agotada, me siento en el sofá, al lado de la chimenea, y aquella salvadora se encarga de todos los trámites que yo me siento incapaz de emprender. Me pregunta si tengo familia. La tengo, sí. Pero él se encargó de alejarme de ellos. Los maltratadores lo hacen. Te alejan de todos. ¿Pero fue él o fui yo quien se alejó? Yo me dejé, seguramente. Pero no fue culpa mía. Tengo que repetir ese mantra. No es mi culpa que haya gente mala en el mundo.
Acaricio el pelo de mi nena con dulzura y le beso en la coronilla. ¿Cuándo empezó el maltrato? ¿Yo ya era una mujer maltratada? El maltrato empezó por mí. Por no quererme. No me aceptaba a mí misma… El mundo no nos deja expresarnos tal cual somos, ¿verdad?
Necesito ayuda. Y es algo que debo reconocer. No me cuesta mucho, porque apenas me queda orgullo. Pero, por primera vez en mucho tiempo, me siento un poco bien.
Mientras observo el fuego y la leña crepitar, sé que lo más difícil está por llegar. Sé que algo de valentía debo tener por haber dado el primer paso. Sé que quiero a Marian con todo mi corazón y que por ella debo seguir adelante. Pero, también sé que debía hacer algo por mí.
Si hoy el maltratador me daba una de sus caricias personales, lo haría por última vez.
Nadie más me abofeteará la vida.
Información: Blog Lena Valenti
Publicado por: Ashaia wechsler

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